¿Alguna vez te han robado el corazón?

Una reflexión sobres los símbolos que entornan las imágenes del Sagrado Corazón.

Por Juan Carlos Arias, LC

¿Alguna vez te han robado el corazón? ¿Has perdido el control de  tu vida? Hay personas que entran en el corazón sin pedir permiso: el amigo, la esposa, el novio… o incluso Dios. Todo cambia en ese momento, pensamientos, actitudes, palabras. El corazón es el centro de la persona, lo que impulsa todo lo demás, lo que da vida. Perder el control de este hace que las alarmas suenen.

Siempre usamos a las madres como ejemplo de amor, y es que ellas tienen la culpa, aman de una manera exagerada, extremadamente radical. Por ejemplo, cuando tu madre escucha hablar mal de ti, sálvese quien pueda… pues estás al centro de su corazón, eres lo que mueve su vida, eres de cierta forma su “vida”. ¿Qué hay en el corazón de Cristo?

¿Un corazón en llamas, abierto, con una cruz y una corona de espinas puede ser el corazón de un Dios? Sí, el corazón de Cristo arde, sufre, se entrega. A lo largo de la historia, grandes figuras han dejado algo para la humanidad: un ejemplo de vida, unos consejos sabios, sus pensamientos y descubrimientos… Cristo nos deja lo más íntimo de su ser: su corazón. ¿Nos lo merecemos? No. Como tampoco nos merecemos una amistad verdadera. Es un regalo, es una forma de amar, dar sin esperar nada a cambio, es simplemente interesarse más por el otro que por uno mismo.

A veces nos cuesta aceptar las cosas de Dios, por una razón muy sencilla y tonta, que las cosas de Dios son gratis. Sí, quizás es demasiado bueno para ser verdad pero así es. Algunos de nosotros estamos acostumbrados a ver los regalos con cierta ambigüedad: sí, claro me das unos chocolates porque me vas a pedir el resumen para el examen (eso no me pasa mí, bueno… yo soy él que da los chocolates), o porque la verdad es que el regalo no es tan bueno como parece, o simplemente por orgullo “me lo tengo que ganar yo mismo”.  Hay que acordarse de algo indispensable… ¡el que nos da el regalo es Dios! Creo que no necesita mucho de nosotros, casi nada. Lo único que quiere es poner una sonrisita en tu rostro, eso sí que lo necesita. Cristo nos quiere dar su corazón.

Quería reflexionar sobres los símbolos que entornan las imágenes del Sagrado Corazón: Corazón, fuego, herida, cruz y corona de espinas.

El corazón es el centro de todo, sin eso lo demás no existe. A veces, se presenta la tentación de solemnizar en exceso a Dios, de ponerlo tan alto pero tan alto que resulta inalcanzable.  En Roma tenemos la posibilidad de visitar mucho los museos vaticanos. En la pinacoteca se encuentran pinturas del periodo gótico en adelante. Es interesante ver el cambio en el arte, los colores, las figuras, la profundidad, simetría…  En las primeras pinturas se notan personajes estáticos, idénticos. El fondo es de oro. Todo es muy glorioso, muy solemne pero la verdad un poco frío y mucho de lo mismo. Con el pasar de los siglos, las obras de arte comienzan a cobrar “vida”. Los personajes son más reales, hay más movimiento, el artista nos presenta una escena de la vida real y casi nos podemos transportar a ese momento. Dios no quiere ser aquel ser supremo que está en un lugar lejano inalcanzable. Creo que eso de ser solemnizado en exceso no va con Dios. Al contrario, quiere meterse en tu vida, quiere robarte el corazón  y lo hace de la manera más amorosa, sin forzar, lo hace dándonos su corazón en su realidad e humanidad.  Es verdad que al conocer más y más a Dios nos damos cuenta de la distancia infinita que hay entre Él y nosotros. Una distancia que nosotros jamás podremos recorrer, pero Dios sí. Lo demuestra de tantas formas y una de estas es con su Sagrado Corazón.

Las llamas en el corazón de Cristo. Hace poco tuve la gracia de estar en la misa de Corpus Christi con el Papa Francisco. La misa se celebró fuera de una de las basílicas papales en Roma, San Juan de Letrán. Hacia la mitad de la celebración, se escucharon las sirenas del coche de los bomberos, un ruido intenso y muy molestoso pero necesario para poder ir a apagar las llamaras que ardían en algún lugar de Roma. Una vez pasado el coche reflexione que se habían equivocado de fuego… en el altar ardía un fuego que ni todos los millares de litros de agua en el océano podrían apagar. El ardor divino es de una intensidad desconocida. El fuego en el corazón se relaciona muy seguido con la pasión por algo. Es casi una obsesión de aquello que prende el corazón. El Corazón de Jesús arde por cada uno de nosotros, personalmente.

Las llamas en mi corazón. ¿Qué prende tu corazón? ¿Qué es la obsesión de tu corazón?  Aquello que si dejase de existir tu vida perdería sentido. Aquello que te quita el sueño. Aquello que al solo pensar en ello sientes como empiezan las llamas del corazón a tomar vuelo. Normalmente la pasión es hacia algo fuera de ti. El problema es que aquello que te apasiona empieza a controlar de cierta manera tu vida, comienza a polarizarla.  Lo que está al centro de tu corazón eso se convierte en tu dios. ¿es difícil entrar en relación con Dios? ¿Será porque nuestro corazón está lleno de otros dioses que no son el verdadero Dios? Acerquémonos al corazón de Cristo y  dejémonos quemar el corazón nosotros también.

La Herida. Uno de los sueño de todo hombre es encontrar un banco con la puerta de la caja fuerte abierta, los guardias dormidos, y millones de dólares esperando… Bueno el corazón de Cristo tiene más riquezas que todos los bancos del mundo juntos. Además, su caja fuerte esta abierta por la herida de la lanza. Las riquezas de Jesús no se  pueden medir, vender, regatear. La verdadera riqueza está en la intimidad con Él. Cristo nos abre las puertas de su corazón y nos invita a entrar en relación con ÉL.

En el fondo del corazón es donde yo soy más yo, ahí no existen mentiras, no se encuentran mascaras. ¿Qué otra cosa es la intimidad que ser uno mismo enfrente del otro? Eso es lo que Jesús dice con su herida, quiere que lo conozcas y que simplemente seas tú mismo enfrente de él, sin máscaras, solo tú. No pide largas oraciones y sacrificios, quiere tu corazón como es, frágil, pequeño, pecador… ¡TE QUIERE A TI!

La cruz. Así como el hombre hizo un hoyo en la tierra para elevar la cruz, así el pecado hizo un hoyo en el corazón del hombre donde también se debe de elevar una cruz. Todos los seres humanos sufrimos, nadie se escapa del dolor. Es difícil entender la cruz pero es todavía más difícil escaparse de ella.

Cristo quien no tenía un hoyo en su corazón, pues no había pecado en él,  quiso entronizar la cruz en su corazón. Lo hizo por una razón muy sencilla: quiere acompañarnos en los momentos de dolor. Junto a Cristo toda cruz vale la pena, junto a Cristo toda cruz es cargable. ¡Junto a Cristo entregar la  vida vale!

Corona de espinas. Si no sabes sufrir por alguien no sabes amarlo. La corana de espinas nos habla de fidelidad, la fidelidad del amor de Dios. Dios supo sufrir por nosotros, supo amar sin bajar ni un poco la intensidad. El verdadero amor es sinónimo de fidelidad: la sinceridad a un sí, a un te quiero tal como eres y quiero lo mejor para ti. Una fidelidad que lleva a decir: tú eres importante para mí, te amo más que a mi vida, no soy indiferente a tus cosas. En el mundo de hoy es difícil ser fiel por la desconfianza que existe entre nosotros. Pero el amor invita a arriesgar por el otro, y la fidelidad es cumplir con ese riego. Dios es fiel aun si nosotros le hemos sido, le somos y le seremos infieles.

Algo que he aprendido en este camino al sacerdocio, es que un “sí” a la llamada de Dios no basta. Hay que decir “sí” una y otra y otra vez… “Sí” en los momentos de consolación, “sí” en los momentos de cruz,  “sí” en los momentos de tentación (solo aclaro que es “sí” a Dios y no a la tentación) y sobretodo un humilde y arrepentido “sí” después de haber dicho un “no”.  Las dificultades en la vida y las caídas no faltan pero debemos estar seguros que la fidelidad del amor de Dios para nosotros no faltará nunca. El oxígeno de esta tierra se acabará antes de Su fidelidad. Que la corona de espinas nos recuerde que la fidelidad es una lucha  y que nos asegure que Él es siempre fiel.

Para concluir solo una frase: ¡déjate robar el corazón por Dios!